Una consulta en la web revelaría, en base a conocimientos empíricos y sin la más mínima evidencia científica que lo acredite, que esta ancestral planta posee poderes medicinales tan amplios que cubre un sin fin de dolencias, siendo útil tanto para tratar problemas de ansiedad como para detener el cáncer, entre otras tantas afecciones. Es un hipotético remedio cuyas propiedades medicinales parecen ser más sintomáticas que curativas, hecho no menor a la hora de procurar asistencia médica oportuna. Estas primeras referencias nos presentan la visión de una medicina natural e inocua, cuando distintas investigaciones científicas concluyen afirmando que el uso artesanal del cannabis sativa es una práctica peligrosa para la salud.

Contribuyendo al equívoco, cuando el usuario consume esta sustancia psicoactiva reconoce sensaciones inmediatas de placer y euforia, acompañadas de mejoras en el humor, la ansiedad, el sueño y el apetito. En un comienzo pueden ir acompañadas de algunos efectos desagradables (náuseas, disforia, etc) pero, al igual que con otros estupefacientes, éstas van desapareciendo debido a que su consumo da lugar a la tolerancia.

Hoy se plantea con cierta ligereza el uso medicinal de la marihuana para tratar patologías tan disímiles como el glaucoma y la epilepsia, para minimizar los efectos secundarios de algunos tratamientos médicos, aminorar el dolor de la esclerosis múltiple, detener el avance del cáncer, combatir la ansiedad, auxiliar en el tratamiento del mal de Parkinson y el Alzheimer, aliviar la artritis y atenuar algunos procesos inflamatorios. Ante tanto poder terapéutico, ¿cómo es que en siglos no se reparó en esta panacea? Tal vez porque existen aspectos médicos relevantes, tenidos muy en cuenta a la hora de decidir, como son la falta de evidencias sustentables para su aplicación en determinadas patologías y la presencia de importantes efectos secundarios y secuelas, además de los conocidos efectos tóxicos que poseen algunos de los principios químicos contenidos en la planta, entre sus más de 460 componentes.

La realidad es que aún no existen suficientes estudios estadísticamente significativos que avalen un amplio uso medicinal de la marihuana, si bien a la fecha contamos con derivados cannabinoides que han superado esta instancia y hoy son aplicados en medicina, fundamentalmente para mitigar ciertos efectos secundarios de los tratamientos quimioterápicos en patologías oncológicas, como náuseas y vómitos, la anorexia asociada con la pérdida de peso en pacientes con síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), y para el tratamiento de espasticidad en esclerosis múltiple y dolores relacionados con esta enfermedad degenerativa. Estos usos médicos son autorizados por el Ministerio de Salud de la Nación, a través de la Anmat, a partir de productos farmacéuticos como el dronabinol, la babilona y el nabiximols, utilizados en la medicina actual.

Asimismo, estos productos requieren de gran precaución en su uso, en función del diverso tenor de los efectos adversos observados, que van desde cuadros de amnesia, a cambios de humor, alucinación, depresión, ansiedad, arritmias cardíacas y somnolencia, entre otros de mayor gravedad, que están presentes en un elevado número de pacientes. Por todo esto, el cannabis medicinal debe ser suministrado bajo estricto control médico y en cumplimento de protocolos de investigación, como sucedió en su momento con el uso de morfina y otras drogas psicoactivas que hoy están bajo estudio.

En la actualidad, se realizan ensayos clínicos empleando extractos de marihuana de grado farmacéutico de cannabidiol purificado (99% de CBD), como medicamento de uso compasivo para pacientes con determinados tipos de epilepsias resistente a fármacos. Estos ensayos se realizan respetando los mismos criterios establecidos para todo nuevo fármaco bajo investigación, que aseguran pureza estándar, contenido uniforme y adhesión a los buenos procesos de fabricación. Esta situación contrasta con el uso artesanal del cannabis, que sólo cuenta con un acumulo de experiencias, sin evidencias científicas, y que se basa en el suministro de preparaciones caseras, carentes de control, sin valoración cuali-cuantitativa, ni grado de pureza, contexto que imposibilita sacar conclusiones sustentables para recomendar su uso en ciertas patologías.

La ciencia hoy avanza de un modo constante con procesos de investigación adecuados, los que indican que para conceder al cannabis el status de fármaco legítimo debe transitar aún un largo camino. Todavía se deben establecer acabadamente aspectos fundamentales para su uso seguro, como las vías de administración, dosis, intervalos de aplicación, duración del tratamiento, efectos secundarios y toxicidad, además de procesos estandarizados para su elaboración bajo normas de calidad, seguridad y eficacia, siguiendo las buenas prácticas de la manufactura farmacéutica, donde se respetan grados de pureza y se garantiza la ausencia de contaminantes, entre otros aspectos.

Es en este contexto que se plantea la necesidad de seguir analizando, desde una perspectiva científica, los datos clínicos existentes y obtener mayores evidencias acerca de los potenciales beneficios y la seguridad de la utilización terapéutica de esta milenaria planta y sus derivados.

Hoy leemos con cierta inquietud que los medios difunden la instalación de clínicas de cannabis medicinal en el país, y es difícil no rememorar casos como el de la crotoxina. ¿Existen las investigaciones serias, planificadas, con equipos profesionales idóneos, arbitraje y vigilancia de la autoridad sanitaria que avalen estas prácticas sanitarias? Lo que está en juego es la salud y la esperanza de enfermos y familiares argentinos.

 

Fuente: Publicado originalmente en el diario Los Andes el 24 de marzo de 2017.

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